miércoles, 7 de agosto de 2019

Encrucijada II (¿o será III o C?)

Durante la posrevolución nuestra ciudad crea una o varias nuevas noches. No solo sus vidas van allí; también la imaginación sobre ellas.
Durante el porfiriato el teatro de revista es un animado, picaresco entredicho nocturno que se airea. Pero cuanto de lo demás puebla ese mundo que nace al caer el sol, transcurre en el silencio o el vilipendio público. La prostitución callejera, la cantina y la pulcata proliferan por los barriales, muy lejos física o prácticamente de lo que la sociedad presume. No importa si están a espaldas de calles de buena educación, un sólido muro invisible se alza entre ellas.
A partir de 1920, en cambio, los tugurios, los burdeles en regla y las hileras de cuartuchos que sirven a las “perdidas” son esencia misma del Centro y se asientan sin remilgos aquí y allá, acompañando al festejo de la autóctona modernidad siglo XX, de cines, carpas, cabaretes, salones de baile, estaciones de radio, convertidos en escuelas y laboratorios de comportamiento entre los cuales la población se reinventa sin parar, haciendo de las calles pasarelas.
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Paro ahí lo que escribí casi tiempo como parte de artículos en serie publicados nuevamente hace poco. El reino de la pasión se llamaba ese y decía también: Es 1938, digamos, un año antes de que un reglamento intente liberar la vía pública de la epidemia de besos.
No imaginaba ver en aquel año una posible revolución que pronto detendrían. 
Caprichoso yo mirando el pasado. Bueno, no tanto, ¿cierto?
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Otra vez hago alto, preguntándome si en verdad recién viví Un fin de semana perfecto, con Gewandhaus y toda la cosa.