martes, 30 de julio de 2019

Tres tantos

Tradicionalmente desquiciado, anoche andaba a un tiempo en el cardenismo y entre las coronas de Castilla y Aragón y los restos del imperio carolíngeo haciendo preguntas que mi torpeza no vio treinta años atrás, cuando un viejo amigo fue sorprendido por reporteros mientras despotricaba contra Morena y nuestro gobierno nacional en cargos medios y bajos. 
El partido se perrediza y no acompañan los esfuerzos presidenciales, estalló durante cursos para formar cuadros y lo convirtieron en primera plana. Acostumbra sostener sus dichos y refresca así las críticas de nuestra izquierda social y lo más sano en torno suyo.
Ensoberbecidos, tronarán contra él quienes por decadencia del régimen y cansancio ciudadano triunfaron arrolladoramente hace diez meses,  quizás a excepción del líder, que puede aprovechar el momento para limpiar un poco la casa o intentarlo o solo declararlo, porque es también  responsable del lío y tal vez su principal motivo. 
No estábamos desencaminados los que adelantamos un temprano caos en la Cuarta Transformación, como gustan llamarla con aires mesiánicos, esperando mucho mejores tiempos. ¿Nuestra derecha está feliz? Seguro la más noña y la más retardataria, dos caras de una misma moneda. El resto o está alidado abierta o subrepciciamente al proceso, o lo aprovecha.
¿Desafino perseverando en el cardenismo, ahora ayudado por otros antiguos compañeros, y a lo escueto ando los cerros de Úveda, conforme a un decir popular olvidado, paseándome entre Sevilla y los Fugger, Wesler y prolegónemos flamencos de la Compañía de Indias Orientales, hacia 1450-1550? 
Busco referencias para una utopía que en su etapa inicial aliviaría planetariamente los peores, pedestres efectos del mercado. (Le corrijo la plana, don Carlitos, un poco, apenas eso, jeje.)
El último viaje, pueden observar, requiere mi desaparción... y aquí estoy, en esas tres horas que a ratos comparto con quienes me conocen.
-¿Y la batería? -preguntan los compañeros de trabajo y estalla una carcajada general.
-¿Dónde quedó? -pienso. -En el restaurante, tras recoger mi chip perdido ante Manitas de seda, cuya figura no ubico entre los pasajeros alrededor, camino a la charla que por fuerza fracasaría. 
¿Cómo explicarles? Simplificando, el matrimonio de los Reyes Católicos empieza a construir España, Estado nación, estructura recién nacida, en Occidente, desde luego, omnimoda realidad más o menos en ciernes también, aunque tenga antiguas bases -ya saben: el imperio romano se parte, Carlo Magno crea otro, europeo, etcétera.
-Te paso uno -dice Óscar.
-¿Imperio, celular? -debería responder mientras sigo las bromas contrito, pues no sé que perderé ahora. Lo virgen se me quitó cincuenta y nueve años atrás.
Dentro, continuo. El papado otorga exclusividad a la Castilla de Isabel I para explorar los mares encontrados por Colón. ¿Sólo se beneficiará, entonces, una porción de esa España que emerge? No y ni siquiera con preferencia cuando los monarcas tienen un hijo cuyo nombre, Carlos, lo dice todo,  y el propio Santo Padre le nombra, en consecuencia, heredero del Sacro Imperio Romano Germánico. La obra está hecha y habrá una racional división del trabajo: los castellanos serán conquistadores, y catalanes y compañía; flamencos, "alemanes", "italianos", se harán financiadores y usufructuarios del vario producto americano, en bien de la causa superior que el Vaticano vela quién sabe cuánto sabiéndolo bien a bien.                     
-¡Nunca me hacen caso! -trueno y mis compañeros toleran el desplante y lo fustigan un poco.
Trató de transmitirles la importancia de algo que les tiene sin cuidado.
-Abro un espacio para la comunidad cultural de esa alcaldía (mal rayo me parta ((jeje)) metiendo mano en lo que no debería interesarme -quisiera decirles).
Soy un imbécil, por ello y por la batería, aunque, claro, Occidente abriendose paso para condenar al mundo y tenernos así hoy, no es cualquier cosa.
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