miércoles, 21 de agosto de 2019

El hombre con prisa. ¿Cómo mejor?

El hombre con prisa no mira el reloj. Hace tiempo sabe que la hora marcada se adelanta y revisa los trajes ceremoniales. Cuando toque, si elige el primero será para tenderse sobre la cama y esperar. El segundo lo conducirá a las montañas, solo entre coyotes.
Digo eso robándome un conmovedor cuento y una leyenda india.
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Así escribí hace tres o cuatro años. ¿Llegó el momento?, ¿cómo es mejor, realmente? 
Para no entristecer a nadie podía meterme al mar donde abronque pues, segunda casa, no quiero pelear con él y sufrir de más. Antes me despediría rumbo a lo desconocido.
-Vaya huevos, a su edad -exclamarían ustedes y luego de tanto en tanto podría vérseles buscar en un mapamundi mi posible ubicación.
¿Ser mártir asesinando a un maldito? ¿Yo, don Pacífico?, ¿y a quien, para que valiera la pena?
Un suicidio oscuro no lo merece la buena gente y el espectáculo después clava puñales en este maravilloso acto de vivir. Tendría que ser un canto a él, justamente, y a su comadre, Santa Utopía.
-¡Ya viene! -me veo adelantando la próxima nueva.
Mi cuerpo está exhausto. Cierto, podría seguir hasta vaya a saberse cuándo, a la manera de hoy: viñetas dos veces por día, sumas a esa apasionante investigación que hago o cualquier otra; idas aquí y allá para algo extraordinario por sí mismo y gracias al partido que le saco -ahora tengo ojos de águila, juro.
El costo para los demás, es la cosa, y así para mi orgullo.
Bueno, cuenta mucho también comprobar cuánto se deterioró este simpátiquisimo yo físico, indisociable del mental. 
Ánimo, una muerte digna vale oro. 
Imaginen decir Adios con Tata Nacho.
Cantada por la Tic, dos veces más chula. Ora, Menudita, reviéntesela para acá su Pancho (eso sí: del Bajío no te traigo una chingada; pin paraíso de la mochería; deja me sigo y ya en Michoacán lo que quiera usted, mi alma).
(Todavía está por ver si me atrevo, ¿verdad? Hartísimo quiero esta madre, aunque no pare de supurar.)