Digo eso robándome un conmovedor cuento y una leyenda india.
-0-
Así escribí hace tres o cuatro años. ¿Llegó el momento?, ¿cómo es mejor, realmente?
Para no entristecer a nadie podía meterme al mar donde abronque pues, segunda casa, no quiero pelear con él y sufrir de más. Antes me despediría rumbo a lo desconocido.
-Vaya huevos, a su edad -exclamarían ustedes y luego de tanto en tanto podría vérseles buscar en un mapamundi mi posible ubicación.
¿Ser mártir asesinando a un maldito? ¿Yo, don Pacífico?, ¿y a quien, para que valiera la pena?
Un suicidio oscuro no lo merece la buena gente y el espectáculo después clava puñales en este maravilloso acto de vivir. Tendría que ser un canto a él, justamente, y a su comadre, Santa Utopía.
-¡Ya viene! -me veo adelantando la próxima nueva.
Mi cuerpo está exhausto. Cierto, podría seguir hasta vaya a saberse cuándo, a la manera de hoy: viñetas dos veces por día, sumas a esa apasionante investigación que hago o cualquier otra; idas aquí y allá para algo extraordinario por sí mismo y gracias al partido que le saco -ahora tengo ojos de águila, juro.
El costo para los demás, es la cosa, y así para mi orgullo.
Bueno, cuenta mucho también comprobar cuánto se deterioró este simpátiquisimo yo físico, indisociable del mental.
Ánimo, una muerte digna vale oro.
Imaginen decir Adios con Tata Nacho.
(Todavía está por ver si me atrevo, ¿verdad? Hartísimo quiero esta madre, aunque no pare de supurar.)