sábado, 21 de marzo de 2020

Ahora hay una sola fecha, o Tomás Correa ó Escribiendo en el Apocalipsis

1942 es El año porque entonces nació Tomás Correa, a quien hemos de descubrir desde la nada para bien entenderlo. Se nos vuelve clave también en razón a muchos grandes acontecimientos nacionales y mundiales imbricados, sobre los cuales no reparé o no conozco. Algunos están a mano, como el frente ruso que Vasili Grossman
relató de inmejorable manera o el franquismo en su más terrible etapa, al cual nos conduce quienes mi abuelo dejó atrás con un dolor que lo desbordaba mientras, incapaz de quedarse quieto, recorría los sindicatos mineros latinoamericanos, así descubiertos para nosotros junto a sus pueblos.
Otros lugares nos llaman urgentemente por aproximación o total ausencia en la memoria colectiva del todxs que ahora entendemos fue nuestra desde siempre y cuyo salto empezó hace quinientos años, "gracias" a Colón y Enrique el Navegante. Toca preguntar a la vez, en consecuencia, por África negra, correlato del "Cuarto Continente" contemporánea, que estos cuadernos tratan, y acercarnos a Palestina, condenada solapadamente para esos momentos, y el Medio Oriente entero sosteniendose merced a su sólida, milenaria historia. Y al extremo asiático que la revolución china insurreciona, a disposición
asímismo por variadas fuentes cuyo manejo se facilita.



-A ver, musicaliza eso -me reto. 
El problema no es que extravíe temporalmente el año pues mi grabadora tiene problemas, ni la presunta coquetería de don Tomás Correa, quien parece haber negado a los demás su fecha de nacimiento.
Inventadas cinco siglos atrás, nuestras tierras sufrían una nueva, cósmica adulteración, bien sabes, abuelo, si atiendes mi trabajo. 
-No salgas con tonterías -dice para ocultar el nulo interés en cuanto su nieto escriba sin relación con la magna obra propuesta.
¿Cómo?, respondo indignado, pues todo se vincula aquí, ahora expresamente, y aquél sindicalista sin par con quien compartí historias y entrevistamos
las hermanitas y yo debe servir de Virgilio.
-Válgame dios: Virgilio.
No tengo la culpa de mi occidentalismo. Nos lo inyectaron desde el primer libro que fue obligado leer, ¿verdad, interlocutores en potencia?
Como sea, al musicalizar esto avalaré el maldito juego. Tengan su canción mexicana de la época, seleccionada entre muchas. Esperen. Encontré algo mejor.
1942, entonces. 
El momento sirve espléndidamente a nuestros propósitos, abuelo. 
-Y escribes el libro que debes, jeje. 
Útil también, contesto, pues lo terminaré en los años 1970.
-¿Y?
Empecemos. La Komintern o Internacional Comunista se disuelve por orden de Stalin.
-No me hables de tal mierda.
Belarmo la padeció, aunque eso no viene a cuento ahora. Bueno, sí. Permite acercanos al propio dinamitero, jeje, los sueños perdidos y el fascismo internacional... más tarde, porque estamos en México.  
Recuerdan lo siguiente:        
Tomás nace en un año muy significativo de la crisis que desde 1940 atravesaba el Partido Comunista Mexicano. Un gran grupo de militantes ha sido expulsado en tres años y al crear ahora el Círculo Socialista Morelos se dirige a la organización donde crecerá nuestro personaje.
El futuro líder de la Liga de Soldadores es un comunista apenas abre los ojos al mundo. Y lo es consecuentemente, aunque parezca un exceso decirlo. Sus padres no paran y el hogar está repleto de conversaciones, personalidades, preparativos para sacar adelante el proyecto colectivo a como dé lugar.
Apenas rebasa el metro de alto, Tomás vigila con sus hermanas la casa familiar durante las reuniones partidarias y no le sorprende que don Máximo, doña Xxx y compañía salten por los techos escapando sin sustos ni alharacas. A final de cuentas la prisión les es familiar.
Así, retando al mundo, queriendo comérselo de un bocado, anda el chamaquito que a los nueve años prueba el moscatel para las reuniones y piensa Está buenísimo. En adelante tiro por viaje llegará crudo a clases. 
Le hace duro al trompo, y no nos referimos al que baila dándole con la reata, sino a ese deporte urbano muy en boga hace mucho, cuya profesionalización nos conquistará campeonatos mundiales por montón. Y es que comunista e hijo de barrio popular, en la época van junto con pegado. 
-A los doce tenía una pandilla. Nos surtíamos chulo con otras.
-¿Cuántos muchachos había en la suya?
-Unos cien -jeje. 
SIGUE