No creo que el abuelo haya llorado antes, y nació en 1492.
El Monstruo, como lo llamó el franquismo provincial, resulta una inmejorable ventana para asomarse a sus miles
de iguales. Y estos, que con él se forjaron como una nueva clase social,
son seres excepcionales.
A la manera del “pueblo bajo”
en cualquier época, no nos llegó sino un vago registro
sobre sus vidas.
No dejaron diarios personales, albumes de fotos ni nada de lo que es
común entre quienes en la escala de la sociedad les quedan arriba, y pudieron
ganar el espacio público sólo en unos cuantos momentos, a punta de lo que bien
resumía una frase muy extendida entre los mineros asturianos: dinamita y
cojones.
A cambio y conforme a lo bien sabido, para pasar de generación en
generación no hace falta volverse imagen o
textos. Familia, amigos, vecinos, compañeros de trabajo, llevan
nuestras historias y en mayor o menor grado las transfieren a quienes vienen detrás, y si la oralidad carece de la precisión de fotografías y palabras escritas, sobre ellas, que por lo demás suelen resultar
estampas momentáneas y equívocas, tiene como virtud transmitir versiones
diversas, no pocas veces contradictorias, que enriquecen la visión.
Uno mira sesenta años un retrato. Lo mira de día y de noche, casi
siempre sin darse cuenta, en eso que llaman el subconsciente. Del hombre que
aparece allí ha escuchado hablar a la esposa, a unos cuantos viejos amigos, a sus
hermanas, cuñados e hijos, repitiendo el puñado de anécdotas que la memoria
seleccionó.
Hay también una docena de fotografías dibujando sin variar a un ser de mediana
estatura para su tiempo y clase, en el cual se dibuja una insobornable
voluntad cargada de silencioso, cumplido orgullo. Con las fotos va un batallón
maletín marrón de cuero, dentro del cual reposa una veintena de cuartillas en
máquina de escribir, que quedaron a medio camino en el intento de hacer un
parco resumen autobiográfico.
Miro de vuelta el retrato que le escogieron para ser célebre: está de
pie, el pecho y los hombros parecen no caber en ningún traje, de tan generosos
y altivos, como los brazos sueltos a un lado, de piedra, se diría. Hay un
detallista esmero por su apariencia personal, un rostro tallado a lo Picos de
Europa y una sonrisa apenas esbozada, que hablan de sencillez
y resultan un misterio.
-¿Por eso te traje a vivir conmigo, Belarmo? Evento tras evento que revisé tu vida, me detenía a interrogarte sin complacencias. Fui muy duro contigo.
"Aun así era imposible no rendirse a ti. Continuó con lo que escribí:
De la capacidad de hacerse fantasma Belarmino se apropia apenas nace,
hasta convertirse en uno de los grandes expertos de su provincia en el tema.
Miles de días viaja entre su pueblo y Gijón, y miles también recorre el
puerto al modo de esa forma de simple paisaje que las probas familias ven en
las de pescadores, alarifes, asalariados de las fábricas.
Entonces una tarde en Lavandera, su padre se hace de palabras con un peón de las
vías del ferrocarril, se lían a golpes y el progenitor lleva
las de perder hasta que el otro va a dar a tierra repentinamente. Al caer queda
a la vista el futuro “monstruo" con la más grande piedra que le permiten
coger sus nueve o diez años de edad, con la cual tundió al insolente. Y es que
el guaje tiene ya más que aprendido el arte de la transfiguración.
Esta es de las contadas estampas que se conservan del Belarmino niño y es muy
significativa. Por eso quedó grabada en quienes la presenciaron y difundieron
una y otra vez, hasta hacerla pasar de generación. Es significativa por varias
razones: muestra el rápido crecimiento de los niños del nuevo pueblo que crecía en la época; su acostumbramiento a la acción y a la violencia, y el
espacio que nuestro personaje adquiría en la familia y la sociedad.
-Paro. ¿Llorar tú? Se necesitaron ciento veintiocho años, cuando viste esta fotografía que muestra el despoblamiento de Asturias, concentrado en las villas mineras, donde nada te detuvo nunca. Nada, nunca.
Ahora bien, abuelo. Fuiste así por aparecer con la industria. Fuggers y cia quizá vislumbraban, según un poco osadamente creo, cómo terminaría irrumpiendo su clase. Que con ella nacía la destinada a desapacerlos, ni en la fantasía sin límites cuyo fuego atizaban. Menos aún, por supuesto, el fenómeno a continuación: nuevos Popol-Vuh proliferando, hasta volver posibilidad los sueños universales.
Sigue tu juego, Jacobo, vestido de gárgola, que de vuestro gigante no quedarán cenizas.