sábado, 2 de noviembre de 2019

Del viaje


La vida es viaje tras viaje, comprobé emprendiéndolos. El que realicé a los veintitrés años deshaciendo mis señas de identidad, al transformarlo completaba uno iniciado a mis dieciséis, que tuvo otro, rabioso, intermedio. Simultáneamente externos e interiores, transcurrían por rutas tan conocidas como mis dedos y andaban sitios minutos atrás insospechables.
Aquél tomó trenes y autobuses por geografías y seres inusitados, sin apenas penetrar los países que con dolo proclaman uno. 
Estos cuadernos hablan de tres exóticos ríos cursados durante la vejez y pretenden detallar caminos cuya selección hice al convertirme en setentón. Su tramo final, espero, comienza ahora, dos años y unos meses más tarde y al modo usual emplea lo que puede. 
Es noviembre y lo avizoré en febrero, dentro de casa, con visitas a la Tic, trabajando donde llevo haciéndolo tiempo atrás y por carreteras que probé antes o recién me descubren.
Esta vez se dirige a ningun lado y tiene un solo motivo: respirar. 
Para el invierno acompañaré a mi amita al desierto que destina para N, su pequeño hijo.
 ¿Me atreveré a quedar?
-¿Qué opinas, abuelo?
-Estás llocu, como siempre.
-Irás conmigo, ¿sabes?
-Primero muerto.
-Ay, Belarmo, si llevas así desde 1950.
-0-
No es que me vuelva pesimista. Simplemente no entiendo y mi fatiga impide empezar de nuevo.
Ruego porque ustedes puedan cubrir el breve tramo que nos dejaron, descubriendo un otro, menos doloroso futuro.
No importa, Tic, si parezco el anciano más desastrado del mundo. Habrá pasión mañana, tarde y noche -N debe emigrar, pues, jeje.