domingo, 22 de julio de 2018

Cuatro paredes sólidas

Ahora solo a ratos escribo viñetas como estas. Grabo audios. No hay música en ellos, si acaso ambientes que la privada donde vivo lleva hasta mi cuarto. 
Aprovecho así el despertar, alborotado de ideas, y hoy empecé recordando unas frases: papá y yo nos despedimos en el cunero del hospital donde nací, aunque jamás faltó a casa hasta que, joven ya, abandoné aquellas cuatro paredes sólidas.
Cuando a sus noventa y seis años se preparaba a morir, le dirigí una tramposa carta pública que hoy quisiera suplir por algo como esto:
Durante tus dos última décadas no intercambiamos palabra, a diez mil kilómetros de distancia. Eras un exitoso político provincial pasando a la reserva y yo un historiador y cronista poco clásico, cuyos mejores recursos se emplearon en críar dos niños. Gracia a ti y mamá, mexicano hasta las cachas, según el dicho, un año en Asturias antes de que ustedes volvieran del exilio, me hicieron querer esas tierras no por herencia, sino ganando amigos entrañables al recorrerla interesado lo mismo en el pasado luchón que en el áspero, prometedor presente tras la negrísima dictadura cuyos terribles efectos podían palparse donde quiera. 
La transición democrática y tus notables logros al regresar, volvieron muy poco agradables los paseos que di después por allí, pues no fui más yo sino el hijo del Presidente y a veces, apenas a veces, de la consejala bien estimada. 
Toda familia tiene problemas internos, que el trastierro agudiza, y nuestras diferencias, papá, se volvieron irreconciliables. Pecata minuta para los dos, ocupado cada uno en lo suyo. 
La carta aquella terminaba prometiendo descubrirte tal eras y no como parecías, y era un piropo. Incumplí, claro, y ahora intento borrar el mal sabor de boca que dejaron letras en las cuales algunos interpretaron mi aprovechamiento, porque no tenías ya forma de responderme. 
Quien quiera que nos conociera sabía que jamás callé, así fueras un personaje muy aplaudido. El cariño, silencioso, tenía también mucho de parlanchín. 
Perdona, en resumen, los ex¡habruto!s -jeje-, de entonces, y recibe el eterno beso merecido.
¿Recibe el eterno, sí? Desde luego, por las cuatro sólidas paredes.
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