"-Sois un demonio. Un odio mortal posee vuestro cuerpo. ¿Quién,
entonces, habrá de mandar mi vanguardia?"
Así dice El cantar de Roldán, escrito hacia 1170. Y luego: "Hiere con su pica mientras
le dura el asta; después de quince golpes la ha roto, destrozándola completamente.
Entonces desnuda a Durandarte, su buena espada. Espolea a su caballo y acomete
a Chernublo. Le parte el yelmo en el que centellean los carbunclos, le desgarra
la cofia junto con el cuero cabelludo, le hiende el rostro entre los dos ojos y
la cota blanca de menudas mallas, y el tronco hasta la horcajadura. A través de
la silla, con incrustaciones de oro, la espada se hunde en el caballo. Le parte
el espinazo sin buscar la juntura y lo derriba muerto con su jinete sobre la
abundante hierba del prado".
Quizá los ejercitos contemporáneos se comportan siempre así y El cantar es solo un inmejorable relato sobre ellos. Y aun así, abuelo.
Las Cruzadas iniciaron casi un siglo atrás y los otomanos, guerreros asiáticos cuya fiereza les permite hacerse del imperio islámico oriental, están asombrados: quienes el Papado asuza contra ellos, no conocen reglas.
Los niños hambrientos corren también tras el sueño redentor y un fraile que anda entre ellos se detiene a prevenir: "Pero no pertenezco a la secta de los que mutilan. Hay mentecatos que les sacan los ojos a los pequeñuelos, les cortan las piernas y les atan las manos, con el objeto de exhibirlos y de implorar la caridad".
¿Este es el guerrero que empieza a rehacerse, según Jacques Atalli describe a la cristiandad latina? Ella mismísima, sí. ¿Los bestiarios medievales alcanzan para dibujarlo?
Tal vez hasta aquí. Ya no cuando portugueses y españoles alcancen las costas occidentales africanas y eso entonces estúpidamente llamado América.
Nada, ni los muchos documentos que dan fe de la Conquista, ni incluso Fray Bartolome de las Casas al denunciar los excesos en el Nuevo Continente, se acercan al nivel de barbarie y locura desatada allí.
Las Cruzadas iniciaron casi un siglo atrás y los otomanos, guerreros asiáticos cuya fiereza les permite hacerse del imperio islámico oriental, están asombrados: quienes el Papado asuza contra ellos, no conocen reglas.
Los niños hambrientos corren también tras el sueño redentor y un fraile que anda entre ellos se detiene a prevenir: "Pero no pertenezco a la secta de los que mutilan. Hay mentecatos que les sacan los ojos a los pequeñuelos, les cortan las piernas y les atan las manos, con el objeto de exhibirlos y de implorar la caridad".
¿Este es el guerrero que empieza a rehacerse, según Jacques Atalli describe a la cristiandad latina? Ella mismísima, sí. ¿Los bestiarios medievales alcanzan para dibujarlo?
Tal vez hasta aquí. Ya no cuando portugueses y españoles alcancen las costas occidentales africanas y eso entonces estúpidamente llamado América.
Nada, ni los muchos documentos que dan fe de la Conquista, ni incluso Fray Bartolome de las Casas al denunciar los excesos en el Nuevo Continente, se acercan al nivel de barbarie y locura desatada allí.