lunes, 2 de septiembre de 2019

Una charlita, por amor de dios

Sino llegamos al nivel de coro suplicante, en el país simbólico que forma nuestra variopinta izquierda social, casi cada esquina aparece alguien con ese socorrido ruego:
-Un charlita, por amor de dios.
Demandan especialmente la historia protagonizada por el propio movimiento.
-¿En qué periodo?, ¿todos?, ¿hasta hoy?
Cualquiera que se apunte viene bien y debe haber tantas intrepretaciones como sectas políticas y tribus electoreras en nuestro desmadrado reino. 
-¿Cómo le va? -empecé preguntándo hace días a la Señito y ella, por no hacerme sentir un apestado, propuso que volviera a fallarle en tales y cuales círculos. -Si claro, le quedaré mal otra vez.
Hacía 2012 tenía un taller con jóvenes. Me querían, soportaban por esos mis enredosas explicaciones y para compensarlos pedí a viejos amigos que les hablaran sobre temas escogidos, con una condición: esforzarse como nunca antes.
Dos pláticas resumían justamente la historia del movimiento social mexicano vinculado a la actualidad. Una iniciaba en 1958-59. Otra prefería 1968 y, siguiendo el guión que nuestro invitado creo para un libro, subrayaba dos hitos posteriores: 1988 y ese 2012 marcado por el #yosoy132. 
O sea: aquélla tenía por gran sujeto a los sectores populares y el EZLN y ésta al estudiantado y nuestra izquierda parlamentaria. 
La segunda me asombró en dos puntos: 1, los 1970, que el "ponente" vivió, reducían a casi nada el auge obrero, desapareciendo al campesinado y las luchas inquilinarias y de posesionarios urbanos; 2, concebía al movimiento magisterial (CNTE) como una excrecencia -¿cómo explicó entre 2013 y 2016 que dicho pasado imperfecto aglutinara a la única y poderosa resistencia nacional, mientras su estudiantado dueño del futuro se esfumaba? 
En resumen, cada quien hacía un papalote con su cola, según acostumbramos decir, interpretando ad livitum.
¿Qué barbaridades soltaré yo si le cumplo a la Señito o a cualquiera de quienes piden lismona charladora?