sábado, 31 de marzo de 2018

Del Santo Lugar y Santa Utopía

Ahora entiendo a que se deben dos notas sin sentido en este blog: me certificaba. Completemos el trabajo.
Por encargo escribí doscientas cuartillas sobre el Santo Lugar. Cuando hechas libro un viejo amigo las leyó, púsose furioso. 
No le pregunté los motivos, imaginándolos: no había allí una supuesta reconstrucción histórica, como la suya con tema más o menos parecido, y ni mención hacía del grupo que con él y otros fundé y me llevó hacia aquella promesa de "barrio solidario del futuro"1 -la frase se debe a quien realmente concibió aquél inteligente, heterodoxo proyecto, y por no darle coba la cita conduce a una nota por ahí.
Un mediodía deja entrever, y nada más, qué había detrás del barrio solidario. Solo quienes estábamos allí en verdad y no como apariencia  entendemos el asunto y ninguno pertenecía al grupo. Era muy simple, por lo demás, y nuestro guía ideológico, Filiberto, obrero del calzado, vivía en otra ciudad. 
El libro hacía breve referencia a Belarmo, mi abuelo, para explicar entre romántica y justamente porque yo estaba allí y me comportaba cómo lo hacía. Buscando a Belarmino Tomás (https://issuu.com/lavisiondelostorcidos/docs/belarminos), escrito también por pedido y esta vez contra mi voluntad, resume su historia y sobran aclaraciones sobre el despropósito de comparar experiencias. Y al mismo tiempo es verdad: para entenderme en el Santo Lugar debía conocerse la experiencia del Sindicato Minero Asturiano; bizarramente, preciso, porque resulto un mal chiste si me veo contra aquellos treinta geniales años; no así el barrio y su maravilloso entorno nacional.
Solo el pueblo salva al pueblo decían por primera vez Filiberto y sus compañeros y ese pueblo repetía un consejo del abuelo: se sombra. Ésta podía servir para mejor soltarse a tiros y dinamita únicamente si había larga, masiva obra a sus espaldas. Por eso rendía culto a quienes entonces morían o desaparecían en las montañas. Los antiguos hermanos del grupo y no míos faltaban a la máxima, pues no tuvieron Belarmos que les susurraran al oído, como a Fili, Agustín, Cristina y el millonario etcétera al cual pertenecían, ejemplificados en don Carlos y su evangelio.
El viejo amigo que me regañó tampoco podía comprenderlo y no hubo sorpresa, entonces, cuando muy temprano lo vi correr al partido electoral, donde permanece tras el cambio de nombre. 
Ahora pareciera haber un problema personal entre nosotros y lo que existe es el abismo de clase originario.
Calculé bien cuánto en 2012 al invitarlo a hablarles a mis jóvenes hermanitos y hermanitas, todos ellos barrio.
-¿Y la Coordinadora Naciontal de Trabajadores del Magisterio? -le preguntaron pues olvidó citarla.
-¡Por favor! Estamos hablando de lo nuevo y si algo hay que pertenezca al ayer sepultable, es eso.
¿Cómo digirió los tres años a continuación, en que la Coordinadora hizo de nucleo a la resistencia, mientras su ¿novedoso? partido parecía avestruz y sus héroes universitarios -lidereados por escuelas privadas, faltaba más, jeje- no tuvieron continuidad.
-La revolución se hace día a día, acto tras acto y donde sea -me dijo Filiberto sin aires de ungido y lo comprobé en el Santo Lugar, primero, y luego con mis crías y a cualquier sitio que fuese, empezando por las fuentes de empleo.
Pasé mucho tiempo escuchando nostálgicamente a lo lejos y ahí merito en breves periodos, el llamado de quieren son pares de mi abuelo. Mal volví con ellos hace dos décadas para dar una manita y seguir aprendiendo.
A Belarmo ni cómo igualársele siquiera un poco excepto en algo: la convicción de que Santa Utopía aguarda siempre, confiando precipitarse apenas se descuiden los Malditos.
Si el mentor viene ahora prometiéndola desde un futuro próximo, le creo a ciegas, por supuesto.