jueves, 29 de marzo de 2018

Un partido y sus secuaces

Esta es otra nota cuya utilidad no preciso.

En 2004 iba a reuniones con perredistas de orígenes diversos en la izquierda socialista. Había personas inteligentes allí, otras no lo éramos tanto, y nos reunía lo que dejaron tres años de un comité ejecutivo en el entonces con justicia llamado Distrito Federal (ni borracho olvido subrayar ese tema mayor de una ciudad cuya área connurbada deliberadamente se hizo frontera, Oeste, tierra sin ley, donde está concentrado el sesenta por ciento de nuestra población local). 
Jamás pertenecí al Partido y por algo más que casualidad participé en aquellos tres años durante los cuales pudo resquebrejarse su caractéristico sistema de tribus. 
El pesimimo dominaba las charlas y yo parecía beduino extraviado, sin eco:
-Ánimo, nunca la izquierda tuvo tal presencia. 
Los demás estaban al tanto, quiero creer, pues en 1988-89 sus organizaciones políticas y no las sociales -eso espero y sé cuánto me equivoco, jeje-, habían puesto a discusión la alianza con el "nacionalismo revolucionario" priista, escindido con Cuauhtémoc Cárdena al frente. 
Los cuadros que ellas formaron dirigían el aparato desde entonces. A mis ojos, si procedían del movimiento urbano popular había cierta excusa en su detestable comportamiento, porque volvieron programas gubernamentales muchas demandas auténticas. Al resto no lograba explicármelo. Es verdad, la lucha sindical se extinguió casi por entero cuando desmantelaron nuestra planta fabril y no tenían cómo traducir a una lógica territorial lo buenamente aprendido. ¿Para qué quedar, entonces?, pensaba el ingenuo yo, que seguía perteneciendo a ese mundo obrero.
Ayer publicaron un buen artículo asegurando que la cultura del viejo régimen sigue permeando todo y la responsabilizan por el tribalismo clientelar perredista y hoy seguramente morenista. Nuestra izquierda socialista, pues, se habría pervertido cuando se vinculó al nacionalismo revolucionario.
Sí, sin duda. Pero también lo otro es verdad. Aquélla se redujo siempre a muy poco, en términos políticos y no sociales. ¿Que entonces a organizaciones campesinas, de asalariados urbanos, inquilinos y posesionarios les faltaba un cuerpo ideológico? No necesariamente. En realidad las campesinas lo tenían por naturaleza, digamos, considerando su profundidad histórica, y en fábricas, etcétera circulaban también viejas utopías.
Suele insitirse en que el auge popular de los años setenta y ochenta lo produjo la inserción estudiantil tras 1968. Menuda, pueril soberbia clasemediera.
¿Por qué en 2000-2003 no se clavó el rejón de muerte bejaranos, chuchos y bandas sinnúnermo nutriéndolas? Pregúntenle a los carnales de la luego descubierta como Chayo Creel. Qué ella se emborrachara con un poder que no parecía necesario para convertirla en nuestra primera presidenta de la república, es muy otra cosa. Irresponsabilidad suprema y nomás.
Las tales reuniones tristeando resultaban del peor indigno fracaso ante Bejarano y compañía, que para entonces debían estar en desbandada.
Pavoroso abandono del movimiento social, que cuando se procuraba era facciosamente, como en la huelga del CGH.
Unos y otros merecían cárcel y ahí andan, moreneando y no como el peor producto de un régimen electoral que perpetúa el medio siglo priista.
Mea culpa, dígase la izquierda socialista partidaria. El pueblo en lucha siempre fue otra cosa.           
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