lunes, 29 de julio de 2019

Encrucijada

Me apena involucrarme personalmente en el tema. Ni modo, es nuestra regla, nietos, y termina sirviendo, espero.


Walter Bejamin
Luchamos sobre todo por los muertos, por quienes lo hicieron antes, dijo en resumen un pensador cuyo final parecía erremediable, huyendo del fascismo para terminar suicidándose pues su carrera personal no lograba sustentarlo "con decencia"*.
Escuché la frase citada indirectamente, cuando llevé a jóvenes para que escucharan a mi entonces gurú de cuatro décadas. 
Benjamín padeció uno de los trece exilios a México que yo había estudiado y resultaron en una infumable serie televisiva. Por cuenta propia escribí luego artículos cuya primera entrega fue esta: 
Treinta años vivió en México Luis Cardoza y Aragón abrazado al árbol de su infancia, en el centro del jardín familiar de un barrio de La Antigua, Guatemala, que el exilio dejó tras una barrera infranqueable. Al regresar, el árbol había desparecido, con la calle, que era una irreconocible otra. El escritor no se levantaría jamás de una muerte que hacía vacilar en la nada los treinta años.
Para entonces Pablo Neruda había escrito muy lejos de casa:
Les contaré que en la ciudad viví
en cierta calle...
No se podía ir y venir,
Había tantas gentes...
Todo me pareció brillante...
y era sonoro.
Hace ya tiempo de esta calle,
hace ya tiempo que no escucho nada...
Dulce nostalgia la suya, que podía ignorar la calle impresa en sus compatriotas repartidos por el mundo tras 1973: vuelta silencio y dolor.
Más de tres décadas atrás Victor Serge se paseaba con su inseparable hijo por el bullicio de una noche en la Alameda Central de la ciudad de México, y entre la reposada, sonriente feria de familias se le venían una y otra vez las estampas del último en la serie de exilios que era su vida, y el reclamo de los rostros de los compañeros que quedaron en la Francia ocupada por la Alemania nazi.
Yo no sabía nada de Cardoza, de Neruda, de Serge, cuando en los 1950s crecía en aquella misma ciudad entre dos padres que no abrían la boca para hablar de la Guerra Civil española, sino cuando se trataba de aligerar el drama, y estaban y no en la casita de dos pisos donde nos criaban. S
e adelantaba treinta años al Humberto Costantini que miraba por la ventana la luna mexicana, “chanta”, mentirosa, porque la de verdad no había salido de Buenos Aires, como él casi justo en el momento en que ella, mi madre, hacía las maletas para volver a la España sin Franco y ser de nuevo de carne y hueso. 

Un poco antes Alejo Carpentier discutía el lugar común nacido entre el boom de la literatura latinoamericana, que rezaba: marcharse es la mejor manera de ver el lugar de origen. Alguien revisaría luego la crítica del escritor a través de su serie de artículos La Habana vista por un turista cubano.
El alguien decía de este paseo imaginario**: "Los exiliados de Carpentier habitan un ámbito atemporal -una suerte de estado de suspensión".
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El gurú se refirió a Benjamín para ilustrarnos nuestro reto presente, de un dramatismo incomparable aun con el representado por los exilios y sus orígenes, pues es la llamada final.
Este último, modesto viaje, busca a muertos y vivos, repitiendo para mí, sin necesidad pues Uno impide que ande los pasos del gran teórico alemán, las Palabras a Julia que un poeta dedicó a su hija: "Tú no puedes volver atrás/ porque la vida ya te empuja/ como un aullido interminable (...)// Un hombre solo, una mujer/ así tomados, de uno en uno/ son como polvo, no son nada (...)// Otros esperan que resistas..."***
Este cuaderno termina siendo otra encrucijada entre los demás: ¿Se puede decir Adios?     
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Salgo de aquí y veo una foto. 
Recorto el cuerpo porque, esquelético, roba la atención. Es el rostro de este pequeño de Yemen lo que rompe el alma. Nadie sabe tanto como él. Seguir viviendo después de verlo resulta casi un pecado. Somos una mierda como sociedad.

Unos 85 mil han muerto en esas condiciones durante los últimos cinco años



* Bolivar Echeverría en el prólogo a Tesis sobre la historia y otros fragmentos
** Olvido citar al autor porque no está ni con mucho a la altura de los anteriores. Otro tanto apliquese a mí, que aparezco llanamente como El Belar. 
*** José Agustín Goytisolo.