viernes, 26 de julio de 2019

Bendito cigarro

Las sirenas, las voces del abuelo, Agustín y los demás discutiendo.
-"Esta es la cara del Katún, del Trece Ahau: se quebrará el rostro del sol. Caerá rompiéndose sobre los dioses de ahora...” -dice un coro quién sabe dónde.
-"El mar será un fluido rojo y el cielo como sangre
"Sangre roja de guerra teñirá el mundo hasta la cumbre de los montes..."
Nuevas frases se suman, hasta el infinito.

Leo otra vez esa hoja suelta que encontré semiescondida en un libro. Papel, letra, tinta, dicen muy poco y no atino cuándo la escribí. El piano que allí se escucha al lado contrario de la calle, podría ser de hoy o mis trece años.
Los largos, inteligentes dedos mulatos repiten los que gesticulan ahora, como el balcón enrejado y la estancia de donde viene el piano, relatada por un ventilador, o la mesera con media vida aquí y su historia de fracturas colocando frente a mí el café y una sonrisa.
¿Cuándo fue?, insisto dando gracias a esa pequeña joya que me permite estar donde quiera. Por ejemplo, cuando Ella se hizo una habitual del barrio para recibir su herencia de mujer atrevida. O la mañana con Simón y los suyos a punto de asaltar el despacho del siniestro líder sindical. O aquellas tardes de viernes aireando mi buena fortuna entre la estación del autobús que me traía de la ciudad pequeña y el par de días por delante de aventuras sin itinerario previsto.
Convoco al escritor que acostumbra seguir a sus personajes en la obsesiva repetición de rutas siempre iguales y distintas. Yo era un niño de meses, seguro, la primera vez que me trajeron a La Parada, luego de una de las visitas a los abuelos, para luego volver maniáticamente. No importaba si el barrio caía en desgracia y se semivaciaba, arruinándose, como todo en el delirio de la ciudad que se buscaba cada vez más lejos.
Volvía, vuelvo, aunque de trecho en trecho con ahínco o apremio mi vida se aleje aprisa de los orígenes y olvide el regreso no a papá y mamá sino a los músicos, la calle por el ventanal, el mercado, la animación de los zaguanes, los misterios de los patios abriéndose detrás, el callejón de milagros que fue mío mucho antes que de Ella y sin embargo...
-Bendito cigarro- pienso veinte años después cuadras allá, pues gracias a él salgo cada tanto del hermoso patio colonial donde reunimos, dicen en plural y quizá sea cierto, a doscientos teatreros, bailarinas, músicos, mimos, administradores de la cultural, promotores comunitarios, expertos en legislación. -¿Qué hago aquí? Sí, todo es útil y donde quiera sirve mi experiencia y a quienes creen o realmente represento. 
"¿Pero cuánta generosidad y qué tanto simple interés hay entre ellos y "nosotros", funcionarios legitimándose entremedio porque corren "nuevos tiempos"? ¿Y después? Para darle continuidad tendría que estar dale y dale, compeliéndolos, blufeando con mi baza poco o mucho, según se requiera.
"¿Y los proyectos vecinales, las comunidades que abandoné, Lupita y su GuarriLeng compañera, nuevas guías espirituales y ya no solo ideológicas, cuya invitación declino, aunque a decir verdad soy más solitante que invitado?"
No, no escucho sirenas, las voces del abuelo, Agustín y los demás discutiendo.  
Desperté tarde pues Corazón Mío tuvo a bien recibirme tras ocho años y por la camarita, cumpliéndome fantasías en un grado inimaginable incluso cuando se decidió separarnos por temor al callejón sin salida adonde nos condujimos. (¿Salí de tono? Era para ver si llegaban hasta aquí y de paso...)  
Perdí también Piedra de las doncellas, como quería decir su nombre anglo-sajón originario. Está hacia el extremo sudoriental de la gran isla, en lo que se llamó Canto y Tierra fronteriza. Invicta le apodaron sus habitantes, no mucho atrás realmente: siglo XI, casi cuando se sentaban las bases del mundo moderno.

-"Esta es la cara del Katún, del Trece Ahau: se quebrará el rostro del sol. Caerá rompiéndose sobre los dioses de ahora...” -dice un coro quién sabe dónde.
-"El mar será un fluido rojo y el cielo como sangre
"Sangre roja de guerra teñirá el mundo hasta la cumbre de los montes..."
Nuevas frases se suman, hasta el infinito.
¿Sí, cuando me preparo a marchar al hermoso salón donde bendeciré a mi cigarro?