II
Juntos, mi abuelo y yo formamos una pareja cómica. Por separado, él es alguien cuyo arrojo y entereza sobrecogen.
Se
llama Belarmino Tomás y pueden encontrarlo ustedes en los libros de
historia. Dirigía con otros el Sindicato de Obreros Mineros Asturianos
(SOMA), cuando en octubre de 1934 la izquierda española convocó a una
revolución, respondiendo al triunfo eleltoral de la derecha, posible por
el abstencionismo al cual llamaron los ejemplares anarconsindicalistas a
quienes la República había decepcionado.
Estaba
en juego no sólo su país sino el mundo entero, pues España se
convertiría en un campo de pruebas para el fascismo internacional
presidido por Hitler y Musolillino, cuya contraparte eran los
falangistas que pronto conduciría Francisco Franco. Reseñemos:
Los
comprometidos se organizan en piquetes que de Madrid recibirán la orden de
actuar, a través del Comité Revolucionario. Si bien más tarde alguno de los responsables
del movimiento nacional, afirmará que la convocatoria es a la huelga general,
sin precisar su carácter, los demás tienen claro que ésta debe ir acompañada
del asalto a puntos previamente acordados, con el objetivo de hacerse del poder
en cada ciudad, región, provincia.
En Asturias no hay dudas al respecto, y tras
tensa espera la señal llega cerca de la medianoche del cuatro de octubre, al
darse a conocer la designación en el gobierno central de tres ministros de la
CEDA.
Respecto a su cuenca, habla Belarmino: “Habíamos
tenido a la gente preparada en los alrededores de Sama las dos noches
anteriores y en guardia algunos grupos. Esa última noche yo permanecí en el
Teatro Manuel Llaneza esperando que me avisasen. A las once y cuarto mandé
recado a los compañeros para que se retirasen y me fui a mi casa. A las once y
media llegó {Ramón González} Peña. Me llamaron de la Casa del Pueblo y salté de
la cama convencido de que había llegado nuestra hora.
Efectivamente Peña y yo cambiamos las últimas
instrucciones; envié emisarios en automóvil a la Oscura, Sotrondio y Laviana, y
mande buscar a los jefes de grupo para que reuniesen de nuevo a los elementos
de las Juventudes Socialistas {en la comarca, casi la totalidad de ellos,
mineros} que iban a entrar los primeros en la refriega. A muchos de ellos se
les encontró todavía de camino a sus casas.”
En esas y otras poblaciones del Nalón, sin
faltar por supuesto La Felguera, donde los anarcosindicalistas “reaccionan con
cautela, pero reafirman su postura de incorporarse a la lucha en la calle”; en
Mieres y diversos puntos del Caudal; en el valle de Aller, en Pola de Lena y
Olloniego se siguen pasos semejantes a los de Sama.
Mientras las cosas se complican para quienes
desde el depósito clandestino en Llanera deben surtir de armas a Gijón, y en
Oviedo el Comité Revolucionario se amplia con un sargento y dos representantes
del Partido Comunista, e inicia la movilización de alrededor de mil militantes.
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Paro
ahí porque sería largo contar ese breve, trasgresor momento que culmina
con una derrota inevitable pues, alzados a solas, los obreros
asturianos quedaban a expensas del ejército nacional, mayoritariamente
coludido con la derecha fascistoíde española.
Belarmino
empezó a volverse mito cuando asumió lo que nadie más se atrevía.
Primero, poner la cara a sus hermanos en batalla, convenciéndolos a
regañadientes: era necesario rendirse para evitarle al pueblo los
excesos de legiones curtidas en Marruecos. Luego, atravesar las líneas
enemigas para negociar una retirada con el comandante en jefe. Prometía a
aquéllos lo que pronto sería realidad: regresar triunfantes.
Cuando
año y medió después se formó el gobierno republicano en la provincia,
no quedaba duda: nadie sino él podría dirigirlo, entre socialistas,
anarcosindicalistas, comunistas y liberales confrontados.
Por
ayuda de Hitler y Mussolini y cobardía de "las democracias
occidentales", Francisco Franco rindió a todo el norte español, excepto
Asturias y su socio, León, donde quedó establecida una pequeña república
autonoma de hecho.
Historia
mal estudiada ésta, en buena medida cumplía los requisitos para que se
le considerara un progresivo proyecto de nueva sociedad.
¿Cuántos telegramas como el siguiente llevaron tu firma, abuelo?
“Comisión permanente del Consejo de la Sociedad
de las Naciones. Aviación (…) asesina diariamente cientos de mujeres y niños
destruyendo pueblos enteros con su metralla (…) Mundo civilizado debe
intervenir cese tanto crimen (...) Caso
contrario no respondo pueda pasar cinco mil prisioneros tenemos cárceles (…)
Aun cuando hago todo posible es difícil contener pueblo…”