lunes, 25 de abril de 2022

Sobras, Belarmo

 II
Juntos, mi abuelo y yo formamos una pareja cómica. Por separado, él es alguien cuyo arrojo y entereza sobrecogen.
Se llama Belarmino Tomás y pueden encontrarlo ustedes en los libros de historia. Dirigía con otros el Sindicato de Obreros Mineros Asturianos (SOMA), cuando en octubre de 1934 la izquierda española convocó a una revolución, respondiendo al triunfo eleltoral de la derecha, posible por el abstencionismo al cual llamaron los ejemplares anarconsindicalistas a quienes la República había decepcionado. 
Estaba en juego no sólo su país sino el mundo entero, pues España se convertiría en un campo de pruebas para el fascismo internacional presidido por Hitler y Musolillino, cuya contraparte eran los falangistas que pronto conduciría Francisco Franco. Reseñemos: 
Los comprometidos se organizan en piquetes que de Madrid recibirán la orden de actuar, a través del Comité Revolucionario. Si bien más tarde alguno de los responsables del movimiento nacional, afirmará que la convocatoria es a la huelga general, sin precisar su carácter, los demás tienen claro que ésta debe ir acompañada del asalto a puntos previamente acordados, con el objetivo de hacerse del poder en cada ciudad, región, provincia.
En Asturias no hay dudas al respecto, y tras tensa espera la señal llega cerca de la medianoche del cuatro de octubre, al darse a conocer la designación en el gobierno central de tres ministros de la CEDA.
Respecto a su cuenca, habla Belarmino: “Habíamos tenido a la gente preparada en los alrededores de Sama las dos noches anteriores y en guardia algunos grupos. Esa última noche yo permanecí en el Teatro Manuel Llaneza esperando que me avisasen. A las once y cuarto mandé recado a los compañeros para que se retirasen y me fui a mi casa. A las once y media llegó {Ramón González} Peña. Me llamaron de la Casa del Pueblo y salté de la cama convencido de que había llegado nuestra hora.
Efectivamente Peña y yo cambiamos las últimas instrucciones; envié emisarios en automóvil a la Oscura, Sotrondio y Laviana, y mande buscar a los jefes de grupo para que reuniesen de nuevo a los elementos de las Juventudes Socialistas {en la comarca, casi la totalidad de ellos, mineros} que iban a entrar los primeros en la refriega. A muchos de ellos se les encontró todavía de camino a sus casas.”
En esas y otras poblaciones del Nalón, sin faltar por supuesto La Felguera, donde los anarcosindicalistas “reaccionan con cautela, pero reafirman su postura de incorporarse a la lucha en la calle”; en Mieres y diversos puntos del Caudal; en el valle de Aller, en Pola de Lena y Olloniego se siguen pasos semejantes a los de Sama.
Mientras las cosas se complican para quienes desde el depósito clandestino en Llanera deben surtir de armas a Gijón, y en Oviedo el Comité Revolucionario se amplia con un sargento y dos representantes del Partido Comunista, e inicia la movilización de alrededor de mil militantes.
        

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Paro ahí porque sería largo contar ese breve, trasgresor momento que culmina con una derrota inevitable pues, alzados a solas, los obreros asturianos quedaban a expensas del ejército nacional, mayoritariamente coludido con la derecha fascistoíde española. 
Belarmino empezó a volverse mito cuando asumió lo que nadie más se atrevía. Primero, poner la cara a sus hermanos en batalla, convenciéndolos a regañadientes: era necesario rendirse para evitarle al pueblo los excesos de legiones curtidas en Marruecos. Luego, atravesar las líneas enemigas para negociar una retirada con el comandante en jefe. Prometía a aquéllos lo que pronto sería realidad: regresar triunfantes. 
Cuando año y medió después se formó el gobierno republicano en la provincia, no quedaba duda: nadie sino él podría dirigirlo, entre socialistas, anarcosindicalistas, comunistas y liberales confrontados. 
Por ayuda de Hitler y Mussolini y cobardía de "las democracias occidentales", Francisco Franco rindió a todo el norte español, excepto Asturias y su socio, León, donde quedó establecida una pequeña república autonoma de hecho. 
Historia mal estudiada ésta, en buena medida cumplía los requisitos para que se le considerara un progresivo proyecto de nueva sociedad. 
¿Cuántos telegramas como el siguiente llevaron tu firma, abuelo?
“Comisión permanente del Consejo de la Sociedad de las Naciones. Aviación (…) asesina diariamente cientos de mujeres y niños destruyendo pueblos enteros con su metralla (…) Mundo civilizado debe intervenir cese tanto crimen (...)  Caso contrario no respondo pueda pasar cinco mil prisioneros tenemos cárceles (…) Aun cuando hago todo posible es difícil contener pueblo…”