-Voy casi a ciegas -le digo.
-Válgame dios, apenas lo había notado.
-Uy, cómo si tú avanzaras mucho.
-Pues organicé medio mundo ya.
-No seas largo, dinamitero.
-¿Largo?
-Mentiroso, pues.
¡Ping!, ¡pong!, ¡pang!, escúchase, sobre todo dentro de mi cabeza.
-¿Para qué querías verme?
-Necesitamos mínimá coordinación, ¿no?
-Anda por ahí. Cada quien lo suyo.
-¿Ah, sí?
-Caminas a gatas, cuarentenero, y yo a mi aire, libérrimo.
-Odio la muerte y los permisos que te da.
-Mira detrás mío.
-¡Vaya legión! Préstala y así no pierdo tiempo.
-No responden preguntas de lelos.
-Alguien heredómelo, creo.
-¿La tontera? Tu padre, seguramente, jeje.
-Pues lo tenías en mucha estima.
-Para, que perdemos tiempo y no nos sobra ni un segundo.
-Dame tips, siquiera.
-¡Aguanten, compañeros! -grita hacia donde caballos y macanas se empeñan contra masas iracundas.
-¿Quién es ese que traza y traza en un cuaderno?
-Gustav. Hace apuntes.
-¿Aquél de 1871?
-Y 48, etcétera.
-Menudo socio conseguiste.
Coubert preparándose para inmortalizar la Comuna de París. |
Carlos Barria |