Últimamente ya ni a las grandes noticias atiendo hasta que ellas me obligan."Familias prefieren meterse al huachicoleo que ser peones agrícolas" titula un diario. “Ganan 500 pesos como halcones (vigilantes) en el huachicol y 250 o 300, como ayudantes en el campo, pues prefieren el dinero fácil”, puede leerse después. Los escenarios son los mismos que presenciaron "la guerra contra el gasolinazo", cuya crónica empecé dos años atrás, como premonición (Cronicar).
Nada exhibe tanto nuestras pústulas nacionales.
Mientras, al noreste se produce el mayor acontecimiento fabril en décadas: "Unos 30 mil trabajadores de 42 maquilas de Matamoros comenzaron ayer un movimiento de huelga". La esperanza renace, pues, donde nadie lo creería tras que inició eso llamado "guerra contra el narco".
Todavía en 2004 escribí:
“Ahora todo ocurre tan rápidamente que no puedo seguir
el ritmo (…) Cierras los ojos un momento, o te das vuelta para mirar a otra
parte, y aquello que tenías delante ha desaparecido.”
La novela de Paul Auster vino a la cabeza de uno al
inicio de la reunión anual de la Coalición Pro Justicia en las Maquiladoras. Y
con la novela un libro de ensayos de Martin Berman: “Todo lo sólido se
desvanece en el aire”.
La novela y el libro se escribieron en los 1980, durante
los inicios del proceso mundial que trajo a México, ya en cascada, las plantas
a las que buenos motivos se les niega el nombre de fábricas y cuya tardanza en
aparecer a la vista inquietaba ahora, en el paseo que nos daban en un camión y
un microbús.
Era el tercer día de descubrir un mundo en el cual se
revela descarnadamente lo que mueve al mío. Pareciera tenerse tan poco en común
con la vida cotidiana de estas mujeres, sobre todo, y de estos hombres, como
las de ell@s entre sí: trabajador@s de las maquiladoras del norte, oaxaqueñ@s y
chiapanec@s que apenas empiezan a toparse con ellas, y activistas sindicales,
religiosos y de causas ciudadanas de Estados Unidos, Canadá, Honduras,
República Dominicana, Holanda, Corea…
Poco tengo que ver en apariencia, pero se diría que
mis quejas de todos los días, las de mi hijo mayor y los amigos, las que
escucho o presumo en el Metro o en la calle de la ciudad monstruo de donde
vengo, aquí anuncian sin dudas, y no sólo sospechan a lo vago, un destino
sobrecogedor. Por eso la novela de Auster me anda por la cabeza con sus
visiones de futuro en las cuales el presente se proyecta y se revela.
Desde el camión y el microbús que nos llevan a la
visita al parque industrial, las extraordinariamente dispersas orillas de Río
Bravo, Tamaulipas, improvisada como ciudad justo durante las últimas dos
décadas, quedaron unos diez kilómetros atrás y no topamos sino la pobre hierba
tropical que permiten los arenales de la región. El llano tiene un aire no de
campo sino de lote baldío, que reconoce cualquiera que haya nacido en las
afueras de una urbe, enfebrecida por crecer. Un lote baldío inmenso.
Por una interesante serie de motivos, las zonas
fabriles se levantan siempre en lugares retirados, pero esto es un exceso
inexplicable incluso considerando la presencia de Reynosa, la ciudad contigua. ¿Por
qué aquí las colonias obreras no crecen cerca de las plantas, si de seguro
nadie espera fraccionar para gente de mayores recursos estas tierras flacas?
¿Hubo quienes creyeron en una proliferación sin fin de las “golondrinas”, como pronto
llamaron a las maquilas?¿O fueron las protestas de los primeros años por sus
efectos sobre las comunidades, las que crearon este colchón?
La Coalición tiene sus orígenes en una reunión
celebrada en 1989, que resultaba de la angustia y de un una cierta dosis de
ingenuidad: la libertad irrestricta del capital, de la cual eran producto los
acuerdos comerciales que conducirían a la firma del Tratado de Libre Comercio
de América del Norte (TLCAN), podía frenarse. Las fuerzas que se reunirían para
ello no eran despreciables: las dos mayores centrales sindicales, grupos
ecologistas y comunidades de numerosas las Iglesias cristianas, algunas con
acciones en empresas trasnacionales. Todos ellos de los Estados Unidos. De
México asistían trabajador@s de las maquilas, a solas o en pequeñas
organizaciones
Para entonces General Motors, Johnson and Johnson,
ITT, Dupont, Azarco, General Eletric y otras muchas corporaciones habían
montado plantas a lo largo de la frontera mexicana. Decenas de miles de empleos
se perdían en Detroit, Chicago, etc., y poblaciones de la franja próxima al
norte del Bravo conocían lo que se calificaba de epidemias de enfermedades
degenerativas relacionadas con tóxicos.
En Brownsville se seguía con alarma la forma en que en
Matamaros, a tiro de piedra, la llamada Hilera Química arrojaba a las
corrientes de agua cantidades de xileno que rebasaban 53 mil veces las normas
ambientales, y el pentaclorofenol, un célebre cancerígeno, andaba libre por el viento.
Al cabo de dos años en la población texana se registraban 36 casos de niñ@s que
nacían con cerebros incompletos, y los abortos indeseados advertían convertirse
en tema de todos los días.
Allí mismo y en otras ciudades de Texas, de Nuevo
México, Arizona y California, los centros maquileros de Nuevo Laredo, Ciudad
Juárez, Nogales, Tijuana y demás, las emisiones del propio xileno, de
petroleum, de naftalina, metileno, etilbenzeno, cromo, plomo… alcanzaban
proporciones de hasta 250 mil veces por encima de los estándares aprobados, y
aumentaban los enfermos de lupus, leucemia y otros cánceres.
Si las organizaciones de los Estados Unidos
representadas en la Coalición que se formalizaría en 1991, aspiraban a detener
el pandemonium que daba la impresión de presagiarse, debían actuar más allá de la
frontera, donde por lo obvio la historia se repetía geométricamente, de modo
que, por ejemplo, los recién nacidos con anacefalia en Mamamoros, Nuevo Laredo
y su entorno no eran 36, como en Browsville, sino justo diez tantos más: 360.
En esa misma zona de Tamaulipas cientos de miles de
personas, en buena parte llegadas del centro y el sur de México, vivían
condiciones que en la gigantesca capital del país sólo quienes habitaban en las
proximidades de los tiraderos de basura podían imaginar: ríos y arroyos que
traían muerte, lodazales que no había modo de evitar y que producían un rosario
de enfermedades, y una miseria detenida un momento antes de estrangular
únicamente porque a cambio del magro alimento y las casuchas de cartón y
lámina, se dejaban cachos de manos, brazos, pulmones, y se contribuía a un
régimen en el cual años después Ciudad Juárez descubriría la intimidad del
mundo de mujeres alentado por las maquilas: unas 400 jóvenes violadas,
torturadas y asesinadas, y decenas de miles objeto de acoso sexual, cumpliendo
en un número significativo el papel de madres solteras.
Las imágenes de la novela que poco antes, en 1987, Paul
Auster publicaba, parecían una fantasía del horror: “cada día se produce un
cataclismo”, “hay personas tan delgadas que a veces se las lleva el viento”, hay
clandestinas carnicerías humanas y sectas llamadas de “los perros” o de “las
serpientes”, según la forma de vivir a rastras, sin levantarse jamás, confiando
en redimir así el pecado y detener la desgracia.
Pero el país detrás de estas imágenes resultaba
familiar para la época: seres humanos trabajando a comisión como pepenadotes de
desperdicios, por ejemplo, que por las noches espantaban el frío cubriéndose con
periódicos en edificios semiderruidos, parques y estaciones de Metro.
En todo caso, ¿era menos absurda la historia de Tere,
quien nos guiaba en el paseo al parque industrial, inutilizada del túnel
carpiano de la mano derecha y de los tendones del brazo y el hombro del mismo
lado, por quitar rebabas a cilindros para helicópteros militares en un movimiento
repetido 870 veces por hora?
El parque industrial aparece al fin, y con su vista
vuelan las animadas propuestas de los chiapanecos y la animada memoria de uno
sobre las luchas fabriles en los 1970, en torno a manifestaciones, reparto de
volantes, reuniones semisecretas en la esquina y demás.
Rodeado de nada, con una sólo acceso para vehículos
vigilado por policías industriales, aquello es una virtual zona franca. La huelga que se produce en 2019, necesariamente resulta de un largo trabajo organizativo y desafía eso incalculable quince años atrás, pues no hay región más castigada por el crimen organizado y las fuerzas y funcionarios públicos y empresarios involucrados con él. Ni siquiera esas fantasmagóricas plantas golondrina sabían antes lo que vendría. ¿O sí? ¿Ya capitalismo del fin del mundo, abrían camino al régimen cleptocrático?
Para 2010 hice El corrido de los tercos, que conmemoraba cincuenta años del Frente Auténtico del Trabajo. Su resumen sobre este tema lénalo en información en 1986, digamos, y AMLO 2019. Iniciaba así:
En el año 2000 Dale Hartheway, un hermano sindicalista de los Estados Unidos, escribió: “Los corridos mexicanos cantan al dolor y al orgullo, al gran amor, el gran valor, las grandes traiciones y los grandes sufrimientos. Y en su voluntad de contar la historia de la gente común, que ríe a través de sus lágrimas, es un testimonio de la determinación del pueblo para que lo más importante –sus sueños, su dignidad- sobreviva”[1].
Las luchas de los trabajadores y las trabajadoras de México son como eso: un corrido que se canta hace mucho y se renueva cada día, entre las mayores carencias y los más brutales abusos del poder. Un corrido, sí, en el que como bien sabe Alfredo Domínguez, “avanzas, peleas, ganas, retrocedes, avanzas, peleas, ganas, retrocedes”, una y otra vez.
¿Al final para qué? Para construir un sueño, al que desde siglos atrás se le llama utopía. Es el sueño de una sociedad justa, democrática, solidaria.
Uno mira al país de hoy y pareciera que años y años de huelgas, tomas de tierras en el campo y en la ciudad, enfrentamientos con fuerzas públicas, organización y más organización, sirvieron para nada. Que se acabó el corrido, que se acabó la utopía. Que cada vez más los de siempre –grandes empresarios, políticos corruptos, jueces vendidos al mejor postor- todo lo silencian y controlan.
Pero no es cierto. El corrido sigue, la utopía continúa, las más de las veces calladamente, construyéndose tan poco a poco como cuanto hace el pueblo y cuanto merece la pena. Ahí andan los sueños, que no sólo están en la cabeza, que van cobrando forma y no pararán.
No se
trata de palabras. Basta recorrer la república acercándose a los militantes del
Frente Auténtico del Trabajo (FAT), a sus organizaciones y a los movimientos
que representan o asesoran, para certificar que quienes dieron grandes
contiendas en el último medio siglo, aunque se les creyera derrotados para
siempre, no se detuvieron nunca.
¿Realmente nada paró? Sí: la lucha fabril y con ella, claro, en nuestras plantas golondrina, vueltas el sector industrial con mucho más dinámico a lo largo ya de todo México. Ahora brotan como erisipela sobre todo entre Querétaro y La Piedad, pleno Bajío, pues, única zona donde la derecha gano electoralmente el primero de septiembre. ¿Sorprende que tales tierras estén hoy al frente en tasas de asesinados?
Volviendo a Matamoros, no fue la combatividad obrera quien empezó confrontando a sus patronales y "sindicatos fantasma": "Emplazadas a huelga desde el viernes, de las 45 maquiladoras que tienen contrato con el Sindicato de Jornaleros y Obreros Industriales de la Industria Maquiladora en Matamoros (Sjoiim), 20 enfrentan paros en sus líneas de producción, lo que ha dejado en 10 días pérdidas de 100 millones de dólares, según estimaciones de la Asociación de Maquiladoras de Matamoros."
¿Pervivieron núcleos organizativos entre las y los trabajadores? No pareciera.
En cualquier caso, la Secretaría del Trabajo federal calla protegiendo el decreto presidencial, seguramente atónita.
"El aumento del salario mínimo en la frontera, de 88.36 pesos a 176.72, luego del decreto presidencial firmado por Andrés Manuel López Obrador, no ha generado hasta ahora un beneficio para los obreros que laboran en las maquiladoras de esta ciudad y, por lo contrario, los patrones han comenzado a escamotearles prestaciones sindicales históricamente ganadas" y amagan: "la Confederación Patronal de la República Mexicana local, advirtió que las maquiladoras están listas para llevarse su inversión a otras regiones del país antes de aceptar las peticiones."
A primera vista, entonces, tiene razón el viejo ideólogo campesinista hoy de Morena: no será el movimiento social quien principie la protesta, sino nuestra derecha.
Volviendo a Matamoros, no fue la combatividad obrera quien empezó confrontando a sus patronales y "sindicatos fantasma": "Emplazadas a huelga desde el viernes, de las 45 maquiladoras que tienen contrato con el Sindicato de Jornaleros y Obreros Industriales de la Industria Maquiladora en Matamoros (Sjoiim), 20 enfrentan paros en sus líneas de producción, lo que ha dejado en 10 días pérdidas de 100 millones de dólares, según estimaciones de la Asociación de Maquiladoras de Matamoros."
¿Pervivieron núcleos organizativos entre las y los trabajadores? No pareciera.
En cualquier caso, la Secretaría del Trabajo federal calla protegiendo el decreto presidencial, seguramente atónita.
"El aumento del salario mínimo en la frontera, de 88.36 pesos a 176.72, luego del decreto presidencial firmado por Andrés Manuel López Obrador, no ha generado hasta ahora un beneficio para los obreros que laboran en las maquiladoras de esta ciudad y, por lo contrario, los patrones han comenzado a escamotearles prestaciones sindicales históricamente ganadas" y amagan: "la Confederación Patronal de la República Mexicana local, advirtió que las maquiladoras están listas para llevarse su inversión a otras regiones del país antes de aceptar las peticiones."
A primera vista, entonces, tiene razón el viejo ideólogo campesinista hoy de Morena: no será el movimiento social quien principie la protesta, sino nuestra derecha.
[1] Del recién citado libro de
Hathaway Allies across…pág. VIII.